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Ramírez

Clarita superviviente


Clarita fue una perrita que estuvo en mi vida un poco más de un año. Era una chandita campesina de esas negritas ceji-amarillas.

Un sábado cualquiera, cuando estaba comenzando a anochecer, regresaba a la casa en la Twingoneta desde el centro de Medellín. Ese día todo estaba calmado, y no venía a más de 60 km/h.

Sin embargo, en una curva casi llegando a mi casa, Clarita saltó a la carretera desde un ángulo en que no la pude ver.

Alcancé a reaccionar y a hacer una maniobra, y con las llantas de adelante no pasó nada. Pero sentí que las llantas de atrás se “subieron a un morrito”.

Después de uno o dos segundos que transcurrieron en cámara lenta, me di cuenta de que había atropellado a la perrita. Honestamente, es la peor cosa que he sentido desde que mi abuelo se murió. No puedo describir la cochinada que sentí por dentro.

Clarita.
Clarita.

Ramírez.

Me detuve donde pude, hice un giro de 180 grados y regresé rápido al lugar de los hechos.

La perrita estaba tirada a un lado de la vía. Había unas personas al lado de ella que parecían ser su familia humana del momento.

Creo que estaban caminando por la vía regresando a su casa o algo, y ella había saltado emocionada a saludarlos, como hacen los perritos.

Estaba ahí tirada, totalmente en shock e inconsciente. Tenía su lengüita afuera, aunque no tenía ninguna señal exterior de ningún daño catastrófico. O sea, no había sangre, ni heridas abiertas, ni huesos rotos visibles, ni nada de eso.

Yo por un momento, pensé que la había matado, y me quería morir por eso. Pero ¡su barriguita se expandía con su respiración! ¡La perrita estaba viva marikis!

Así que le dije a estas personas que montaran a la perrita al carro y ellos también. Que nos íbamos para el veterinario PERO YA MISMO.

Ahí estaban el papá, la mamá, y un niño que era el más afectado por todo esto. Estaba llorando mucho, y yo me sentía triplemente como un culo.

No me gustan mucho los niños, pero tampoco quiero atropellarles sus perritos. Solo quiero que no lloren en el Avión, se comporten en el restaurante, y si hicieran silencio en el cine estaría perfecto.

El niño de una se iba a montar al carro, pero la mamá le dijo que no, y empezó a joder la vida. Empezó a preguntar quién iba a pagar y quién la iba a llevar de vuelta a la casa.

Comenzó a decir que tenía que “ir donde Jorge”, y un montón de cosas más.

¡Obviamente yo pagaba! (como pudiera). ¡Obviamente yo la traía de vuelta!

Siguió hablando mierda, y yo la empecé a ver en cámara lenta como si fuera The Matrix. Como esto no iba para ninguna parte, y la perrita seguía viva, yo solo atiné a decirle:

-“¿Usted cómo se llama, dónde vive?”.

Me dijo su nombre (Blanca), y señalando una montaña dijo:

-“Y vivo por allá arriba”.

No se me ocurrió preguntarle por un número de teléfono, solamente le dije:

-“Bueno, chao”.

Cargué a la perrita como pude, y me monté al carro. Arranqué, ahora sí, como alma que lleva el diablo para donde algún veterinario.

En retrospectiva, nuestro intercambio no debe haber sido de más de dos o tres minutos. Pero a mí se me hizo eterno con la perrita ahí, ¡cada minuto valía oro!

De nuevo, era un sábado como a las 19:00, en el monte. Los dos o tres veterinarios que conocía no estaban en horas de trabajo. ¿A dónde carajos iba a llevar a la perrita?

Yo estaba preparado para devolverme hasta pleno Medellín a que la atendieran. Sin embargo, por bien que me fuera, me iba a demorar una hora. La cosa es, que la perrita no tenía una hora.

En esas, me acordé de un veterinario que vivía donde trabajaba. O sea, la mitad del lugar era su clínica, y la otra mitad su casa privada.

No esperaba que estuviera trabajando, pero se me ocurrió que quizás estaba en la casa relajado.

Durante el trayecto la perrita se despertó, y seguía desorientada, pero no mostraba signos evidentes de dolor. Solamente miraba para los lados como diciendo:

-“¿A mí qué putas me acaba de pasar?”.

Llegué al lugar, y en efecto, el doctor estaba en su casa, pero no estaba trabajando. De hecho, estaba muy elegante a punto de salir.

Ya tenía el carro prendido. Creo que si llego 5 minutos más tarde no lo encuentro.

De todas formas le comenté lo sucedido, y él me dijo que claro, que de una, que le diéramos un vistazo.

La puso en una pequeña mesa. La revisó, y vio la huella de la llanta del carro donde le había dado el golpe, como entre la barriguita y un lado del cuerpo, por las costillas. Y me dijo:

-“Ah hermano, ¡le arrancaste el pipicito!”.

Le dije:

-“No, es hembrita”.

En efecto se dio cuenta de eso, y la empezó a chuzar en varios lugares del cuerpo. Ella respondía a algunos estímulos, pero a otros no. El veterinario me dijo:

-“Bueno hermano, esto es señal de algún daño en la médula espinal, pero no te puedo decir que tan grave es aquí y ahora”.

Acto seguido, le miró la encía, y estaba blaaaaaaaaaaanca como negra es mi alma, y tuvimos este intercambio:

-“Esto es señal de una hemorragia interna”.

-“¿Qué hacemos?”.

-“Lo único que podemos hacer es meterla a cirugía, y explorarla a ver si hallamos la hemorragia. Dependiendo de su gravedad y su localización vamos a poder hacer algo, o no.  ¿Hace cuánto pasó el accidente?”.

-“20 minutos más o menos”.

-“Bueno, cuesta…”.

-“Lo que cueste, hagámoslo”.

-“Listo, como podés ver yo estoy solo aquí. ¿A vos te da miedo la sangre?”.

-“No”.

-“Entonces lávate las manos allí y ponete este par de guantes, me vas a asistir”.

-“Listo”.

Me lavé las manos y me puse los guantes, e iniciamos la cirugía. La anestesió, y tan pronto estuvo bajo los efectos, le rasuró algo del pelo que le quedaba en el sector (el resto se lo había rasurado yo con la llanta del carro). Le hizo una incisión y comenzamos la exploración.

Cirugía Clarita.
Clarita en cirugía. Mi mano visible en la parte inferior asistiendo.

Ramírez.

En esas, llegó otra señora en otra emergencia. Quizá, tuvo el mismo proceso mental que yo tuve para terminar en ese veterinario específico.

Tenía un perrito amarillo pequeñito que no reaccionaba. El veterinario lo examinó ahí mismo en plena cirugía que estábamos.

Al parecer, había tenido un ataque cardíaco. Aunque intentó RCP un rato (al tiempo que operábamos a Clarita), no hubo forma de revivir al amarillito.

La señora se puso a llorar, y a gritar:

-“¡Mi perritoooo, nooo!”.

Al parecer, llevaba muchos años con él, y lo amaba mucho. El ambiente, como ven, no estaba nada divertido.

La señora se fue con su perrito muerto, y seguimos con la cirugía de Clarita.

El veterinario me decía que hacer, como agarrar un instrumento o el otro, que órgano le sostenía, etcétera.

Vimos los órganos vitales y ninguno estaba mal. Llegamos al bazo, y lo vio mal, pero como inflamado, no estallado en hemorragia.

Cirugía Clarita.
Clarita en cirugía.

Ramírez.

Seguimos explorando su cuerpito, y llegamos a la vejiga. El veterinario dijo:

-“¡AJA! ¡Aquí es! Esto parece tratable, veamos”.

Hizo una sutura, le puso unos medicamentos en polvo, y parecía que no era tan grave.

O sea, era gravísimo porque era una hemorragia interna. Pero no tan grave como para no poderse tratar en ese momento, ya que no había pasado tanto tiempo. Y también, porque era en ese lugar de su cuerpo, y tenía esa intensidad.

Cirugía Clarita.
Clarita en cirugía.

Ramírez.

Aprovechamos por ahí derecho para esterilizarla. Luego el veterinario la suturó y terminó la cirugía.

Él me dijo que se quedaba en observación de momento (obviamente), y que también le iba a dar medicamentos para el sospechado daño de médula espinal. Ya solo quedaba esperar.

Clarita en cirugía.
Clarita todavía anestesiada después de terminar la cirugía.

Ramírez.

La dejé con él, y me devolví para la casa.

Esa noche fue una REPUUUUTA MIERDA de noche. Me sentía como el culo del universo, como el ser más despreciable de la llanura, como la ruindad en persona. Obviamente, no dormí un carajo.

Y eso que no tenía razones para sentirme tan mal dentro de todo. O sea, no había sido imprudente al manejar, conseguí que la trataran tan pronto fue posible, y me hice responsable.

Lo que me había sucedido es la pura definición de lo que es un accidente. Yo ni por el carajo atropellaría a ningún animalito adrede.

Pero bueno. Ya la hemorragia no parecía ser problema, y ahora mi preocupación era si la perrita iba a poder caminar de nuevo.

Fui al otro día a ver en qué estaba todo. La perrita estaba viva y en aparente mejoría, pero todavía desorientada.

Todavía no teníamos certeza sobre la condición de la médula espinal, y la dejamos en observación un día más.

Clarita en Jaula
Clarita en su jaula en la veterinaria. Más aburrida y desorientada que un carajo, pero viva.

Ramírez.

Al segundo día regresé, y el veterinario me dijo que estaba mejor. Había comido, y la cosa tenía buena cara. Pero todavía cero certeza sobre la situación de la médula espinal.

Igual me dijo que ya estaba lista para ser dada de alta, y que íbamos revisando como evolucionaba.

Pues me la llevé entonces. La acomodé justo en la misma silla del copiloto que había servido como ambulancia un par de días antes, y emprendimos el camino.

Avanzamos unos cinco minutos, y de repente… ¡La perrita se paró a ver por la ventana!

Clarita en Ventaneando
Clarita ventaneando. ¡Iba a caminar!

Ramírez.

¡Marikis! ¡La perrita iba a caminar! La felicidad que me dio no tiene nombre. Toda una montaña rusa de emociones me había hecho experimentar esta chandita en un par de días.

Ya con esa tranquilidad, me dediqué a buscar a las personas que estaban con ella el día del accidente.

En realidad, no me entusiasmaba mucho devolverla a esa señora que “tenía que ir donde Jorge” mientras la perrita se estaba muriendo.

Pero también recordé al niñito, y que no me gusta ir por ahí atropellando los perritos de los niñitos. Igual, es lo que había que hacer.

Así que me metí “por allá”, por la montaña que me había señalado la señora ese día. Entraba a las fincas como el Profesor Yarumo cuando llega a pedir almuerzo de la nada, preguntando si por ahí vivía una tal Blanca.

Profesor Yarumo
¡Buenas buenas! ¿Tienen almuercito? ¡Aaaahh que rico!

Federación Nacional de Cafeteros de Colombia.

Encontré a dos o tres Blancas, pero ninguna era la señora en cuestión.

Metí esa Twingoneta por trochas hechas para Kamaz. Estuve cuatro días buscando, pero no hubo forma de encontrar a estas personas. Lo intenté, de verdad lo intenté, pero no hubo forma.

Tanto así, que me quedé varado en una de las búsquedas, y toco llamar una grúa del seguro. Se demoraron como dos horas y media en encontrarme.

Mientras eso, la perrita en la silla del copiloto relajada. Luego, me acompañó en la grúa.

Clarita Carro
Esperando la grúa del seguro con Clarita. ¡Estaba más aburrida que un carajo!

Ramírez.

Clarita Carro
Esperando la grúa del seguro con Clarita. ¡Estaba más aburrida que un carajo!

Ramírez.

Clarita Carro
En la grúa con el carro varado, y Clarita al lado recién dada de alta.

Ramírez.

Así que nada, me la llevé para la casa, y ahí se quedó.

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La primera noche estaba algo perdida. No estaba en confianza, y todo le “daba pena”.

Logramos que se acomodara en una camita para que durmiera. Ya vendrían días mejores.

Clarita Casa
Primera noche de Clarita en casa.

Ramírez.

La llamamos “Clarita” (como ya saben). Como buena chandita, se adaptó rápido a su nuevo hogar, y a su nueva familia humana y perruna.

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Pues bueno, pasaron los días. La llevé al veterinario a que le quitaran los puntos.

Clarita Puntos.
Regresando de quitarle los puntos en la silla de siempre.

Ramírez.

Todo estaba bien, pero la perrita tenía la cola tiesa. Uno notaba que estaba contenta, por ejemplo, cuando uno volvía a la casa después de estar en la calle. Pero esa cola quieta ahí colgando, no la movía para nada.

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De repente, se echaba y se enroscaba, y le quedaba la cola en la cara. Y ella decía:

-“Mirá este juguete peludo tan bacano”.

Y lo empezaba a morder. Como no sentía nada, se emocionaba, y seguía mordiendo.

Clarita Casa
Llevaba como dos minutos en la casa y ya en la cama relax. Así son las chandas.

Ramírez.

¡Pues claro! El famoso daño en la médula espinal SÍ había sucedido. Afortunadamente, solo le afectó el movimiento y sensibilidad de la colita.

No le afectó su capacidad de caminar, o de controlar esfínteres.

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Y un día, se mordió esa cola con tanta alegría, que se arrancó un pedazo.

¡Pues nada! Corriendo para el veterinario de nuevo. La cola es precisamente el final de la columna vertebral de los perritos, y se había arrancado un pedazo. Tenía una herida abierta expuesta, y si se le metía una infección por ahí hasta ahí llegaba.

Llegamos y obvio, cirugía de inmediato para amputarle su cola-juguete. Pero esta cirugía no fue tan dramática, y salió muy bien librada.

En esta no participé yo.

Clarita.
Clarita sin cola.

Ramírez.

Luego de eso, Clarita vivió una vida normal y feliz. Era una perrita tierna y juguetona.

Su gran cicatriz fue tapada por el pelo que le volvió a crecer, y era parte integral de la familia.

Solo porque ya no tenía cola, si no, uno diría que no le pasó absolutamente nada.

Cuando salíamos a pasear en grupo, le gustaba ir de primera. En ocasiones, se nos perdía de vista, y gritábamos:

-“¡CLARAAAAAAAA!”.

Y nada.
Nos miraba desde por allá, como diciendo:

-“¡Ay no jodan!”.

Y seguía su camino. Siempre nos la encontrábamos por allá adelante, como si nada.

Clarita y amiguitos.  De esa foto solo queda una viva.
Clarita y amiguitos. De todos esos perritos, solo queda viva Nenorra.

Ramírez.

Le encantaba meterse debajo de una cobija, o un saco, o lo que fuera. Y tan pronto uno levantaba la cobija para mirarla, ella lo mordía a uno en la nariz muy suavecito.

Se podía quedar en ese jueguito toda la noche.

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También era muy, pero muuuy cuidandera. Tan pronto veía alguna cosa sospechosa, de una empezaba a ladrar y a avisar. En ocasiones, tocaba salir a decirle que se calmara.

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Se llamaba Clarita, pero como es costumbre aquí, terminó con mil nombres y sobrenombres distintos. Uno de ellos era “Kaskitos”, y mi mamá le compuso una canción. Decía:

“La perra Kaskitos es una hermosura, va dando unos tumbos, va dando piquitos. La perra Kaskitos es pura dulzura”.

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Un día, como un año y medio después, salí a recoger a mi mamá. Nada fuera de lo normal.

Me demoré una hora aproximadamente. Cuando regresé con mi mamá, nos encontramos con la peor escena (la foto no es de eso -ninguna foto es de eso-).

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Clarita estaba tirada en un cuarto, muerta, en un charco de su propia sangre. Ya con rigor mortis en las paticas, y con una mordedura en el cuello.

Nunca supe qué pasó. O sea, era obvio, se agarró con alguien, y la mordió mal mordida.

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Nunca supe quién fue, ni por qué sucedió. Ella no se llevaba mal con nadie, no tenía enemigos conocidos, y no había pasado nada raro que me hiciera tener alguna sospecha.

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Pero no había nada que hacer, estaba muerta.

Y a mí me invadió una tristeza infinita, y luego, una putería “cósmica” que me envolvió. ¿Cómo mierda es que Clarita sobrevive a que yo la atropelle y se muere así? ¡Vida hijueputa!

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La enterramos aquí en su casa, donde fue muy amada por ese año y pico que nos acompañó. Ahora, ella es un arbolito.

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De vez en cuando, era necia como buena chandita. Lo último que me dañó fue un accesorio del Camelbak.

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Yo lloré como un jodido. Creo que es la peludita que más he llorado.

No la quería más que a las otras necesariamente, pero sí me dolió en el alma esa forma de irse y su historia.

Después de todo lo que había pasado, yo esperaba verle esas canas de chanda que le iban a salir en unos años. Y esperaba que la vida siguiera su curso “normal”.

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Es más, estoy escribiendo esta historia como cuatro años y medio después de que sucedió. Y se me encharcan los ojos un roce de recordarlo.

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Le di todo el amor que pude. Hice todo lo que pude por salvarla cuando se apareció en mi vida de esa forma tan súbita, y vivió un año y pico contemplada como ninguna.

Todavía tengo los guantes que usé en su cirugía, y no pienso deshacerme de ellos.

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Ojalá cuando me muera te vea de nuevo mi Clarita, te amo.

Para mí, lo más probable es que cuando me muera todo sea negro, y eso sea el final del final por toda la eternidad. Pero si en realidad va a haber algo después de esta vida, te quiero ver a ti, y al resto de nuestra familia perruna que nos ha dejado.

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Muerta pero nunca olvidada mi amor .

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P.D: Desde ese entonces ya han abierto en las cercanías un par de clínicas veterinarias de 24 horas. Solo espero no tener que usarlas de esa forma.


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